La cuestión es que ese día se cataban vinos de Jerez, y de una de las mejores y más grandes bodegas, y según nos contó tiene ella sola más botas de crianza que toda la DO Montilla-Moriles.
Comenzamos por el Tio Pepe, el fino emblema de la bodega. Un vino muy bueno, punzante, con olor a almendras, pan, levadura y sobre todo fresco en nariz.
En boca también es muy fresco, con fuerte salinidad y retrogusto, un vino de gran clase.
Los finos de Montilla-Moriles son con más o menos crianza, fuertes algunos, suaves otros, pero este fino tiene casi de todo, frescura en nariz que invita a beber y con poder en boca.
Pasamos al amontillado AB. Este es un tipo de amontillado fino, con al parecer poca crianza que le hace ser más fácil de beber.
A mi parecer, se queda corto. En color ya es bastante indicativo su color ámbar.
En nariz aparecen frutos secos, especias, tabaco y madera tostada, pero en boca es muy corto.
En comparación a otros amontillados de Jerez o de Montilla-Moriles, éste no me convenció.
El Palo Cortado Leonor, fue el siguiente. Manuel explicó cómo un fino no llega a amontillado y se convierte en palo cortado. Aunque no dio demasiadas pistas a tenor por las preguntas, y comentó que los bodegueros lo distinguen porque el fino se hace "gordo"; ¿y eso qué es? pues supongo que se hace con más lías de levadura que le hacen tener más untuosidad y dulzor. En cualquier caso, un palo cortado sería el vino con nariz de amontillado y sabor de oloroso. Problema: hay más palo cortado en el mercado que el que se produce, entonces actualmente es en ciertos casos una mezcla preparada de los dos.
El Leonor, con 20º de alcohol pero que no destacaban demasiado, tenía aromas de especies, frutos secos, tostados y orejones. En boca resultaba con una viva acidez y algo dulzón.
Aquí Manuel destacó cómo los vinos de Montilla-Moriles se han destacado por poder criar excelentes olorosos debido a sus cualidades para este tipo de vinos, pero que en Jerez le ganan cuando se trata de finos.
En definitiva, los olorosos de aquí son mejores.
Un vino que probamos y que en principio no me convenció pero sí después fue este Cream Solera 1847, preparado con PX y oloroso. Un vino de dulzor medio pero con con la base de oloroso muy recortada, por lo que me pareció corto.
Pero tras probar de nuevo se hace uno a la idea de que es un ligero vino de postre, con no demasida fuerza pero con finura para un público que imaginamos extranjero tomando una copa de Sherry después de comer, antes o después del té de las cinco. Of course.
Y por úlimo, el Pedro Ximenez Nectar, de uvas de pasera de Montilla-Moriles, con la peculiaridad de que en Jerez prefieren que los vinos dulce no lleguen hasta los 300 g/litro de azúcar, cantidad que aquí muchos vinos lo superan.
Resultado, el vino no es tan empalagoso.
Aromas a uva pasa, dátil, orejones, madera tostada, pan de higo.
En boca es untuoso, llena la boca y por supuesto es dulce.
En resumen, una interesante cata coincidiendo con el curso de cata que organiza cada año el Aula el Vino.
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